Sobre Jacarandas y otras primaveras.

El otro día estaba leyendo en El Universal que Ricardo Salinas Pliego, mejor conocido como el Tío Richie, ofrecía 50 mil pesos a quien tomara la mejor foto de una jacaranda.

Y vaya que coincido con el Tío Richie, ya que la jacaranda es, quizá, una de mis plantas favoritas. Su mágica floración marca de algún modo el inicio de la primavera, el reinicio de la vida, como la resurrección que predicaba el Jesucristo que nos ilumina. Y eso, para los que somos team calor, es la gran maravilla, la gran señal, el inicio también de la temporada de cervezas frías. Por mi parte, cada año, al arribo de la primavera y sus colores, hago efusivamente la Roque-señal, aquel gesto interpretado por uno de los hijos predilectos del partido oficialista de los años 90.

Por eso creo que cada primavera es una buena noticia, que cada mañana es una buena noticia.

Mi tía Nena decía que todas las noches te abandonaras al sueño como si murieras, sin miedo, confiando en que así terminarías un ciclo para renacer a otro. Como que todo invierno es el final de algo, conectando con nuevas primaveras para renacer a nuevos ciclos.

Pero durante el invierno, cuando todo es frío y seco, de algún modo es la antesala de la vida. Ahí se gesta lo que sigue, se da lugar a seguir adelante, como ese breve espacio que hay durante la respiración mientras se medita, milésimas de segundo entre la inhalación y la exhalación. Estado donde, técnicamente, estás muerto, pues no respiras, pero estás listo para el paso siguiente, como un carro encendido pero en neutral.

Cuando era niño no sabía apreciar la belleza de las jacarandas, y eso que en casa de mis papás hay una. Ahora disfruto cada primavera, viendo cómo esta se viste de morado y se aromatiza.

Y es que me hace sentido lo que decía Bhagwan Shree Rajneesh, mejor conocido como Osho, sobre mirar el universo con ojos maravillados.

Solo en este estado el universo es portentoso, como los niños que todo lo que descubren les parece maravilloso, como los perros que disfrutan tu mirada como si fuera una caricia y se maravillan con pequeñas cosas: la comida, un paseo, la naturaleza, tu presencia.

Y no solamente las jacarandas. Están las camelinas, las hortensias, los capulines de floración verde casi blanca, árbol casi exclusivo de ciertas zonas y que, según la sabiduría popular, está destinado a desaparecer.

Ahora voy por el mundo mirando con ojos maravillados. Tanto, que hace poco, por andar así, me pasé un semáforo en Zihuatanejo. Un tránsito acabó momentáneamente con mi trance ontológico y el resguardo de mi credencial de elector, la cual, dicho sea de paso, dejé morir en manos de los burócratas porque la foto que aparecía era grotesca. Espero que este pequeño gesto no me convierta en un prófugo de la justicia. De lo contrario, ya estaría acumulando dos “prófugatos”: el del caso en cuestión más el del anexo.

Lo más triste del caso es que, cuando me repusieron la credencial, me la entregaron con la misma foto grotesca. Bueno, no todo es posible en esta vida. Al menos, en caso de crisis, ya se la puedo vender al PRI por $200 y una torta de jamón.

Lo malísimo de las jacarandas: que sean caducifolias y sus flores pronto desaparezcan. Lo bueno: que dejen una alfombra del morado más hermoso sobre los caminos, las calles, los jardines, los senderos, incluso sobre tu carro o sobre tu cabeza.

No sé qué es más absurdo e injusto: si el empaque plastificado durísimo —más que tu infancia—, inabrible, de unas tijeras filosas recién compradas en una ferretería, o que la jacaranda florezca solo una vez al año. Y esas sí son chingaderas, decía Manuel Juárez en una canción de Joan Sebastián.

Por eso, en la primavera, me gusta ir muy lejos y tirarme entre vinos y flores.

Me he convertido en eso que juré destruir: ahora soy la “señora” de las flores. Mi casa siempre procuro llenarla de cualquier planta que me he robado por ahí. Incluso en mi rancho reforesté una zona, y un rinconcito lo habilité con cipreses, araucarias, oyameles, capulines, floripondios y, ahora, una jacaranda bebé que, cada que llego, me está esperando, como cuando se espera a un amigo.

Aunque tengo manera de mandar fotos, pues la calle Camelinas de Morelia es un espectáculo de un millón de jacarandas, por supuesto que no enviaré nada. Estoy seguro de que habrá más de un fotógrafo profesional que frustre mi deseo de ganar el mencionado premio.

Aunque, pensándolo bien, quizá sí le mande algunas al Tío Richie con una tarjeta que diga:

“Saludos cordiales”

Y finalizando con un pomposo y muy ganador:

“¡América tetracampeón!”

…solo falta un millón de primaveras, unos cuantos siglos solo he de adorarte…

Joan Sebastián

3 respuestas a “Sobre Jacarandas y otras primaveras.”

  1. Wow
    Increíble, pude visualizar esa hermosa idea que plasmaste y disfrutar del aroma de la naturaleza y la grandeza de Dios.
    Eres especial
    Gracias por compartir

Comentarios cerrados.