Los raspados
A mi muy corta edad, mi madre me inició en el mundillo de las drogas, yo, un infante caminando de la mano de mi madre sobre las tranquilas calles de mi ciudad donde dejé el ombligo; como quien se acerca a la zona de la pobreza, divisamos una multitud de gentes amontonadas que, a juzgar por el bullicio, parecían como a la usanza de antaño, en un aparador, una televisión, y en esta, el partido de México contra Italia del mundial de 1970, hace 51 años donde irónicamente nadie tenía tv.
Quisiera aclarar que mi madre no era una junkie empedernida o al menos eso me dijo, tampoco era 1970, quizá un 1993, confirmo que ya teníamos varios televisores en casa, y el bullicio aquel no era ningún partido de futbol, era una turba de individuos practicando el peor influyentismo envuelto en falsas cortesías del que haya registro, compitiendo al estilo del capitalismo más sucio, sobre el siguiente cliente que apaciguara sus síntomas de abstinencia ansiosa ante el manjar que preparaba el mismísimo Don Genaro, personaje de la época que hacía unos riquísimos raspados de frutas originarias de la zona; siempre tuve la duda el por qué causo tanto furor esa miel de tamarindo con un pedazo de hielo raspado y que por cierto muy temprano alguien dejaba el bloque cual vil bote de basura abandonado en la banqueta de la esquina a la espera de que lo recogiesen; ni el mismismo Imperio Azteca en forma de granaderos mal pagados, hubiera podido obligar a aquella turba a guardar la sana distancia; a veces, pienso que hubiera sido del covid si hubiera caído en tiempos de Don Genaro, y no al revés, porque Don Genaro sí que marcó una época.
Esa fue mi primera adicción, al azúcar, además de pertenecer a esa raza antigua asemejada más a un cromagnon que a un homo sapiens, que a la 1 pm en punto ya estaba esperando a Don Genaro, pasara lo que pasara, y con decir esto me refiero a dejar cualquier tipo de responsabilidad como, tareas, colegio, trabajo, una losa a medio colar, o hasta un concubinato, para después luego de ser atendido, huir a empujones, como si después de que te despacharan se acabaran los modales, ahora creo después de muchos años que si gozo de buena salud quizá se deba a esa resistencia que desarrollé de ese hielo sucio que consumí mil veces.
El Jeep
Ya más grande de edad, sucumbí a otra droga mortífera, disruptiva y arruina-ahorros, quizá pensaras que esta última palabra no existe, pero sí, yo la acabo de inventar; y como en todas las drogas, sucumbes ante una droga blanda, terminas sucumbiendo a todas, ¿Qué en ese entonces no existían el vino, la guitarra y las mujeres?; resulta que ya cuando yo ejercía ya de varón, mi abuelo Don Enrique Cortes que en paz descanse, adquirió en 1978 un Jeep modelo CJ5-D tipo Kaiser de 6 cilindros, rarísimos, más raro que ver un excusado en la sala y que tenía digamos semi arrumbado en su casa de Pátzcuaro, como si este fuera una obra de arte, lo lavaba diario, lo prendía también diario para que el motor trabajara correctamente, muy a menudo se subía al jeep desde donde tenía al alcance la vista del lago de Pátzcuaro y de paso rebobinar la película de su vida, la escena del jeep en aquella casa con aquella vista, la hubiera hecho un auténtico ready made tipo a la Marcel Duchamp, una pieza intocable, invaluable, que a manera de decreto tácito, era delito federal si quiera poder tocarlo.
Corría quizá el año de 2015 cuando mi abuelo anuncio entre sus hijos que su vecino con el que se había peleado por un tema de linderos, había tomado la decisión de vender por 20 mil pesos ese jeep al vecino, cuestión que me indignó profundamente e inmediatamente resolví arrancarme a Pátzcuaro con un aficionado de los jeeps y nada más ni nada menos que mi primo Miguel Ángel Hernández Cortes, quien dentro de sus curiosidades le apodan “el pilón” , pues en su casa cuando ya habían cerrado la fábrica, sorpresivamente llegó a este mundo terrenal, y que más adelante después de una fractura de clavícula, y por no atenderse, quedó más corto del hombro al cuello, situación que le valió el apodo de “el chueco”; nunca te has fijado alguna vez que andando en carretera y al pasar por pueblos , circulan camiones viejos que fueron chocados, que por ende se descuadraron y al verlos venir hacia uno parece que vienen de ladito, como chuecos, así justo camina mi primo Pilón.
Estando en casa de mi abuelo, un tipo difícil por cierto, me comentó que no eran horas de visita y que regresara al día siguiente, pero después de insistir y comentar que traía el dinero constante y sonante accedió a hablar conmigo, estaba yo como las moscas sobándome las manos de la nueva adquisición cuando se me informó que el jeep había ascendido a 25 mil pesos, como si este se rigiera por el mercado de divisas, ante esta fluctuación bursátil nos lanzamos a un cajero a sacar los 5 mil restantes, ya de vuelta en casa mi abuelo comentó que el jeep había subido a 30 mil pesos, con una vena hinchada en la frente, el rostro rojo del coraje y a punto de perder la diplomacia, mi primo Pilón dispuso del resto del dinero para cerrar la operación.
Ya estando en los festejos etílicos de la adquisición de esa joya automotriz , después de sendas horas de tragos espirituosos , superada la etapa de la euforia y la de bailes regionales, le propuse a mi hermana la grandísima idea mientras cenábamos en una taquería, la de unirnos al selectísimo club de finas personas de Uruapan que alguna vez se treparon a la plancha de la plaza del centro de Uruapan en un vehículo a dar el rol; y cual vil vuelta olímpica a la plaza iríamos agradeciendo imaginariamente al público que aplaudía como si hubiéramos ganado la medalla de oro, pero como bien dice el dicho de los juegos olímpicos, no importa ganar si no participar; para esto mi hermana mientras se reia de la propuesta, le embarró crema a sus tacos con una técnica a la Jackson Pollock y con un “la cuenta” me dijo “¡vamos!
PARTE II
La Mezcalina
Como cuando se escucha el eco de la voz de un padre en misa, así desperté, retumbando en mi mente con algunas dudas existenciales, por ejemplo, ¿por qué me duele la cabeza?, ¿cómo llegué a casa?, ¿por qué estoy vestido?, ¿por qué están todas las luces prendidas?, ¿ya habrán sacado al buey de la barranca?, ¿dónde estará enterrado el cadáver de mi vida pasada?, por qué tomé mezcal?, ¿por qué Flor se atrevió a declararme su amor?
Ya sobre la base de un aporreadillo y una cerveza, recordé ese fatídico momento en el que mientras bebíamos copiosamente mezcal en Etucuaro y cantábamos sones Michoacanos con un conjunto norteño de esos integrados por 3 personas que más parecían bandoleros de la revolución que propiamente músicos; la cumpleañera en cuestión con un vestido descollante de cocktail de día color amarillo, osó interrumpir la música para con el micrófono agradecer a los presentes por haber acudido a su festejo cumpleañero, pero específicamente al que era el amor de su vida, ante esta declaración tan llena de amor y algarabía, la multitud aplaudió efusivamente incluido yo, para inmediatamente después mencionar mi nombre en diminutivo (Gerardito) en todo lo alto como el gran poseedor de su corazón, como si se tratase de un apoderado legal que firma un contrato en una notaría.
Mientras la multitud al unísono coreaba “que baile el vals”, “que baile el vals”, y yo sin salir de mi asombro, con una temblorina que me hizo derramar mi caballito como si tuviera el peor de los parkinson, como Maradona steando y trastabillando despues de drogarse e impulsado por mi señor padre que jocosamente se burlaba de la situación rocambolesca, tuve que desasnarme para ejecutar los pasos prohibidos que no decepcionaran a la dichosa “novia” y al público conocedor, y para agregarle más descaro al descaro, mi padre hizo su heroica aparición para pedir abrazara a “la novia” pues quería tomarnos unas bonitas fotos; todavía no se acababa el vals del amor y las risas de mi padre ya convertidas en carcajadas, cuando el publico enardecido coreó, “que baile el suegro”, “que baile el suegro”, es decir, un quita risas apocalíptico, karma instantáneo, un recorte de personal del mundo godín, un que mi mama dijo que siempre no, un si no puedes ser el poeta se el poema, un pa´que te digo que no si sí, un golpe en el dedo chiquito del pie, un “yo te llamo” del área de recursos humanos, un sí pero el PRI robó más, hubiera preferido en ese instante morir como Chejov en mi cama y con una copa de champagne.
De esas veces que le pides al creador, al ser que esta en los cielos, al padre de todo, a Jesús de Veracruz, a YisusChrist, a Yavhé, a Jehová, bueno a Buddha, a Vishnu, a quien carajo responda que si nos saca de este lío, prometemos ser las personas mas buenas del universo.
Mientras mi padre y yo debatíamos como abandonar el lugar con tanta vehemencia que parecía que estuviéramos eligiendo papa, apareció la magia que alguna vez dijera José Ortega y Gasset, el vino es un asunto cósmico, y ese momento mágico en el que el alcohol logró poner en ese estado de gracia a esa bola de alegres haraganes, que pasó desapercibida nuestra triste retirada sin gloria y sin pena, como la que algún día ejecutó Napoleón en su campaña de invierno contra Rusia.
Ya me dejaste intrigado.
Saludos.
Jsjaja muy bueno la segunda parte
Ay Gelatina, ya publica la segunda parte!!